Allá lejos y hace tiempo (2da. parte)
En la entrada anterior comencé a relatar de qué modo se gestó mi pasión por las
montañas de la Patagonia. Pasión que, con el tiempo, se fue extendiendo a sus
rincones más lejanos, ocultos y desconocidos. Para cerrar esta historia, entonces, voy a hablar de otro nacimiento: el de mi primer viaje de aventuras.
ACOMPAÑANTES SE
BUSCAN
Después
de la frustración del ‘89 me aterraba la idea de dejar escapar otro año más.
Aunque la cosa no venía fácil. Algunos de mis amigos de aquel entonces no compartían
ni borrachos mi “particular” gusto por la montaña y otros andaban enfrascados en cuestiones menos aventureras. Terrible dilema.
Pero la solución rondaba por otro lado. En
la sede capitalina de Albergues Juveniles funcionaba un sistema muy útil para
dar con gente que aspiraba a realizar viajes raros o, por lo menos, distintos. Cada
cual pegaba su mensaje en una cartelera explicando el
proyecto, y dejaba su número telefónico(1) a la espera del loco/a que lo
quisiera acompañar. Era interesante subir al segundo piso de Talcahuano 214 y
asombrarse con propuestas como “Mujer sola busca acompañante para ir al
Amazonas”, “Busco grupo para realizar travesía en bicicleta al Machu Picchu”, y
aventuras por el estilo. Comprendí
que era esa posibilidad o nada. Y tanto la consideré que a fines de noviembre
me fui derechito a la oficina de Albergues. Confiaba encontrar a mi alma
gemela, o al menos la “punta” para comenzar a armar mi gran viaje.
Parado
frente a la nutrida cartelera de corcho, solamente dos avisos atraparon mi
atención. El primero estaba firmado por Norma, una joven interesada en recorrer
“los lagos del Sur” durante el mes de Enero. El
segundo aviso respondía a un pequeño grupo con deseos de agrandarse para
incursionar también por la lejana Patagonia. Tomé nota de ambos y gané la calle
con un indisimulable gesto de optimismo.
Analizándolo bien, el mensaje de Norma me pareció simple pero al mismo tiempo demasiado abarcativo: los lagos son muchos y los hay en toda la Patagonia. Con la esperanza de que me ampliara sus no del todo claras pretensiones,
al llegar a casa la llamé.
En
una prolongada y divertida charla me explicó sus planes, yo los míos, y sólo
quedó flotando la posibilidad de hacer algo juntos en San Martín de los Andes.
De trekking ni que hablar. A pesar de la débil coincidencia de objetivos, Norma
me reinyectó una dosis de fe. Es
que llegó a confiarme que días atrás la había llamado un tal Casimiro, quien
según ella tenía entre manos un proyecto sino igual, muy similar al mío. La
autoricé a pasarle mi número de teléfono. Esperé.
Y esperé poco, Casimiro no se hizo rogar. Dos
o tres contactos telefónicos con este nuevo personaje fueron la antesala de una
cita a ciegas pactada en un viejo bar de Corrientes y Callao. Nada en
particular me llamó la atención de Casimiro; parecía un tipo absolutamente
normal. Sólo recuerdo que instantes después de vernos las caras cerrábamos
trato y comenzábamos a delinear los primeros bocetos del viaje. ¿Por qué tan
rápido? ¿Por qué tan fácil? Los dos andábamos atrás de lo mismo: subir al
refugio Otto Meiling, en el Tronador, y realizar posteriormente el Paso de las
Nubes(2).
En realidad, nadie puede negar que viajar con desconocidos es riesgoso. Por
tal motivo, el posible proyecto requiere de reuniones previas en donde uno va
estudiando al otro y trata de determinar si, por caso, viajará con un demente,
con un tacaño, con un pesado, o en el caso de las chicas, con un futuro
violador. En tal sentido Casimiro daba el perfil de tipo serio, organizado,
limpito y demostraba tener buena onda. En fin, también convengamos que el
riesgo de lo desconocido es relativo; a veces viajan amigos de toda la vida y
terminan acuchillándose.
Establecidas las primeras pautas del viaje, decidimos
de común acuerdo que no estaría mal agrandar el grupo. En consecuencia nos
comunicamos con la gente de aquel segundo aviso patagónico. El intento surtió
efecto y a los pocos días se nos unieron en la empresa Mabel y Alejandro, dos
típicos adictos al psicoanálisis -y a la jerga psicoanalítica-, que a pesar de
querer enfocar el viaje desde lo “social”(?), no pensaban esquivarle el bulto a
la montaña y sus “peligros”. Era cuestión de tenerles fe.
Para conseguir mi equipo personal no
tuve que desembolsar una fortuna. Exceptuando la compra de una pésima mochila,
la bolsa de dormir me la prestó un primo y de las carpas y los calentadores se
ocuparían Alejandro y Casimiro. Digamos que esto es bastante beneficioso para
los recién iniciados: si la cosa funciona, al volver a casa nos compramos los
mejores elementos; si el trekking no es lo nuestro, no habremos gastado un
peso.
Razones laborales hicieron que viajáramos por separado y en distintas fechas. Yo había salido casi una semana
antes que el resto, aceptando finalmente
compartir con Norma y otros agradables personajes unos días maravillosos,
tranquilos y soleados en San Martín de los Andes y Villa La Angostura. Venían
muy bien como aperitivo antes de empezar a jugar a los niños exploradores y cumplir
mi primer gran sueño(3).
(1)
No existían los mails y menos que menos las redes sociales.
(2)
Travesía que une Pampa Linda con Puerto Blest.
(3)
Relato de esa primera experiencia aquí.
Comentarios
www.sinverfronteras.blogspot.com
Saludos y ya estoy yendo a visitar su blog.